Pues sí, tal y como venimos informando en GM&Co a través de twitter (@GMetCo), el ADN de equino en productos cárnicos está siendo un auténtico escándalo mediático y parlamentario en Reino Unido. Este revuelo está sirviendo para poner la descubierto la cadena alimentaria británica, las presiones de la distribución en el precio, la calidad de los productos primer precio, la importancia cultural en los alimentos consumidos y, cómo no, el afán del pueblo inglés de diferenciarse de los franceses: ¡sólo un francés es capaz de comer carne de caballo!
El principal resultado de todo esto es que la desconfianza se ha instalado en el consumidor británico. Muchas de las menciones que se hacen a la cadena de suministro hablan de partidas de carne que viajan por almacenes de países europeos, cambian de manos varias veces, y de las que al final es imposible trazar hasta el origen. Los consumidores compran alimentos procesados, pero pocos se imaginaban la complicación que puede llegar a tener una hamburguesa, y han descubierto que no es carne picada cerca de la tienda.
La desconfianza es tal que muchos consumidores han dado la espalda desde hace unas semanas a los platos preparados (convenientes pero complicados) y en menor proporción a la carne. Y sobretodo, no se fían de comprar carne en los supermercados.
Por lo que se refiere a la reputación, los distribuidores están saliendo mejor parados que los fabricantes, donde los consumidores ponen más culpa en la adulteración de los productos cárnicos. Sin embargo, se habla con mucha frecuencia de las presiones que ejercen los retailers para conseguir los precios más bajos posibles hayan podido llevar a los proveedores a buscar atajos (reconocido por algunos, como Mark Price de Waitrose, negado por otros, como Andy Clarke de Asda) y de que la era de la alimentación barata se va a acabar. Los precios de los alimentos, según un análisis de la National Beef Association, son ahora un 20% menores que hace 10 años. Por ello, preveen que pasaremos pronto del actual 10% de la renta que se dedica a comprar alimentos a un 15% como hace un par de décadas.
Mientras los consumidores recelan de la carne procesada y congelada, podemos encontrar un par de beneficiarios de la situación. Tanto los carniceros tradicionales, que intentan recordar cómo manejar con brío sus cuchillos porque vuelven a ver colas en sus establecimientos que hacía tiempo que añoraban, y los productos para vegetarianos están viviendo su agosto.
Con la elevada dependencia del consumo de carne del exterior, principalmente de Irlanda, los consumidores buscan la bandera tricolor en los supermercados y en los sandwiches del food service, aunque no siempre con éxito. Lo cierto es que el sector está en retroceso y este aumento repentino de la demanda les ha pillado con el pie cambiado y, por supuesto, un aumento en la producción nacional de carne de vacuno no es algo que se improvisa.
El responsable de comercialización de Eblex afirma que son conscientes de las señales del mercado, que todo apunta a un aumento de la demanda, pero no están seguros de la amplitud en el tiempo ni de la profundidad de esta ventana de negocio. Como no se cansa de decir el Profesor Tim Lang de la City University of London, la gente sólo cambia de dieta cuando se queda embarazada, les da un ataque al corazón o les descubren un cáncer, por lo que esta disminución en el consumo de carne puede que sea pasajera.
Desde hace unos años a esta parte se vienen lanzando mensajes contínuos sobre la necesidad de consumir menos carne, por motivos de salud y por motivos medioambientales, sin que esto haya conseguido modificar de forma significativa los hábitos de la mayoría de la población.
Un ternero de Eblex.org.uk mirando el futuro con recelo.
Mientras tanto, la agrupación de carniceros independientes QGuild disfruta de un 20% de aumento de las ventas desde el principio de la crisis y, específicamente de un 30% en las hamburguesas y albóndigas recién preparadas. Curiosamente, del lado de los productos congelados, Nielsen afirma que las hamburguesas de marca líder permanecen estables mientras que las de la marca de la distribución son las que han descendido un 40%.
La reacción de los retailers es la de revisar sus cadenas de suministro, anunciando que van a establecer más controles a la vez que aseguran que los precios no van a subir. Concretamente Tesco anunciaba un gran esfuerzo para que su cadena de suministro sea más transparente y los consumidores puedan ver a través de cámaras instaladas en granjas, almacenes, fábricas, etc. Seguramente unos empleados más formados y que conozcan mejor el origen de los productos que venden puedan lograr crear más confianza que esta transparencia orwelliana.
En USA se ve con cierta frecuencia como los empleados conocen a los proveedores de los productos frescos.
Así pues, nos encontramos con ganadores en los productores británicos, en el pequeño comercio independiente y en las marcas líderes del sector. Pero no sólo hay ganadores y perdedores en las personas sino en los conceptos de producto alimentario. Gana lo local, lo trazable de la granja a la mesa, lo de la marca de confianza, la calidad. Pierde el producto de bajo precio, la marca de la distribución de baja calidad, la importación sin control. ¿Es esto un mal resultado?
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